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Sobre el estado primero y la red después

No tiene sentido que las aplicaciones en un computador, hoy en día completamente portátiles, tengan que depender de una conexión a Internet para ser útiles. Se sienten incompletas, mutiladas de su potencial y negadas a sus posibilidades.

El problema de las aplicaciones de software colaborativas y distribuidas es la combinación de versiones de historias de mutacion de estado diferentes, lo cual en algunos escenarios pueden resultar ser problemas demasiado difíciles de resolver, inclusive, en manos expertas.

A pesar de ello, el cómo manipulamos el estado colaborativo distribuído de pares ocasionalmente conectados, puede ser un vector de evolución valioso para las aplicaciones que construímos. Esta evolución fomenta la descentralización y reduce la dependencia a recursos remotos y corporaciones sobre dimensionadas y poco reguladas lo cual empuja los límites de lo que hoy hacemos.

Aunque es contraintuitivo que mientras el desarrollo de la capa física, de enlace y de red tiende a la ubicuidad (5G como ejemplo), negamos la existencia de lo remoto, de lo rural, de lo desconectado, de lo nómada y lo pobre. Un territorio rico donde las labores intelectuales pueden ser fértiles pero se ven desprovistas de medios por la gravedad de la centralización. Una fuerza que se redunda en cómo concebimos el software.

La caprichosa tendencia de la centralización (quizá perezosa) de la ciudad contemporánea ignora la existencia de territorio más allá del imaginario citadino impiendo entonces que exploremos estilos arquitectónicos que quiebran nuestra memoria muscular.

Quizás el problema sea un navegador abusado. Quizás sea la simpleza de centralizar estado que resbala sobre esa superficie ausente de fricción entre el cliente y el servidor. Seguramente es el desgaste intelectual y el tiempo que implica embarcarse en su construcción. Puede ser ese profundo abismo de ignorancia y el perpetuo afán de entregar ya.

Cada vez que un computador se ve abandonado de la frecuencia de datos quedamos a la merced de la precariedad de una calculadora glorificada que no me permite progreso. Jira, Miro, chat, el correo electrónico quedan ausentes de vida. Las noticias y las redes sociales enmudecen.

Como no disfrutar de ese ascetismo que tanto sosiego presta me responderán, pero es insuficiente para muchos esa virtud cuando no se ha optado por la circunstancia.

Algunas aplicaciones permiten planear el crimen de ser útiles sin esa entidad central. Se aprovechan de los tiempos de abundancia de canal y voluptuosidad del almacenamiento disponible y tragan codiciosamente cerros hartos de texto e imágenes para su posterior consumo. Es una alternativa que no es suficiente pues sirve para satisfacer el consumo mas no para crear y mutar estado.

La alternativa que pretendo es seguir girando en la espiral de evolución, regresar a ese punto de partida solo que corrido algunas décadas, donde la red es un accidente bien diseñado.

Poder disfrutar de las aplicaciones a pesar de la red permite acercarse a la productividad desde el humano. Nos permite crear en la discreción de la pausa, en el sosiego de la ausencia. Permite resignificar la colaboración como el medio que es, no como el fin que se nos fuerza.

Darle la oportunidad a construir diferente, a dejar el estado primero y la red después, resulta en un ejercicio de diversas implicaciones: cambia las tecnologías que conocemos, los patrones y estilos arquitectónicos que acostumbramos, inclusive cómo diseñamos las interacciones con los productos que construimos y, sin darnos cuenta, habilitamos una historia alternativa a nuestro futuro digital inmediato.

Si este artículo lo dejó lleno de preguntas, puede empezar a resolverlas acá.





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